21 octubre 2010

ROMERIA

Estimado pueblo;

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

En esta mañana de octubre, el despertador de fuegos de artificio controlado por la mano experta de "el Momo" ha vuelto a recordarnos que en este señalado martes una virgen pequeñita y coqueta retornará sus pasos desde la Iglesia de la Victoria hasta los pinares de Guadaira, donde tiene su campestre morada.
Lejos quedan esos días en que un curilla enjuto de nombre José María, con la cara picada de viruela y compulsivo fumador de Ducados, nos pidiera el favor a algunos chavales que pululábamos por la iglesia, de ayudarle a adecentar la cabreriza en que estaba convertida la ermita de las faldas de la sierra. Como te decía, lejos están ya esos días, creo que si no me falla la memoria, no menos de cinco lustros han pasado desde que mi padrino de bodas realizaba el menester de monaguillo y ayudante de oficios religiosos. Recuerdo que no nos hizo mucha gracia que nos sustituyera el escurque y limpieza de libros que estábamos realizando en la iglesia por la recogida de cagarrutas palomeras y el desescombro de pajotes y otras mierducias que había acumulado el templete campechano. De hecho, poco o nada duro la ayuda, de nosotros solo quedó un tontuelo chavalón con más cuerpo que sesera, de apodo "el Pelao" que puso aquello como una patena, tras mucho sudor y trabajo.
Como tú sabes bien, no soy militante de misas, triduos o quinarios, pero sí disfruto de esa mezcla de fervor religioso para algunos, y divertimento para otros, con la que está fabricada una romería, pues siempre es gratificante estar reunidos de forma campestre y campechana tras unas sardinas y una bota de cualquier vino, aunque las yemas de los pinos te produzcan urticaria. Así que, cuando esta mañana vi el discurrir de peregrinos y carretas, lancé una sonrisa de saber que la idea de aquel curilla y la poca ayuda que con mala gana pudimos darle, sigue vigente para que algunas personas se junten tras unas ascuas en las que lagrimea algún choricillo coripeño o se cuece algún arrocito esperando que acabe la misa.

Atentamente;
El niño Gilena

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