02 mayo 2016

Cavilaciones en mi azotea



Lagun bat gogoratuz.
Landareetako artzaina.

Amigo mío, andaba hoy revolviendo unas fotos, qué aunque no antiguas ya tienen unos años. Son de los primeros años en que vine a vivir a Euskalerria, hace ya tanto tiempo.
Pues como te decía, andaba revolviendo fotos y así es como fui a encontrar una de él, de Juanito, el de Gaisparro. Sin duda alguna, una de las mejores personas que he conocido en mi vida, tan grande por dentro como pequeño era por fuera.
Conocí a Juanito ya en el invierno de su vida y sin embargo tenía tanta vitalidad y lucidez que asombraba. Enjuto y de manos huesudas, parecía que su cuerpo no había parado jamás de moverse y que de tanto bregar se había convertido en puro nervio.
Hombre afable y cariñoso, amigo de la conversación y al que nunca faltaba una risa en el momento oportuno pero serio y recto cuando era menester. Hay virtudes que todos los hombres anhelamos tener e incluso nos esforzamos por tenerlas y sin embargo de él emanaban como un halo natural que surgía sin esfuerzo. Lealtad, confianza, sinceridad, empatía, resilencia y sentido del humor. Trabajador constante y paciente, luchador nato, llevaba la vida dura reflejada en su rostro y al mismo tiempo ternura en sus ojos.
Cuánto debí haber aprendido de él. Cuanto me debería haber contagiado de sí mismo en aquellos apacibles momentos de charla.
Parece que lo veo caminando hacia la huerta, a trabajarla y mimarla como el que da forma a una obra de arte. Las plantas de la huerta eran su centro y hasta el duro suelo se dejaba hacer. Para él la tierra era lo más normal del mundo y sin embargo era poseedor de un arte hábilmente trabajado y educado a través del tiempo.
Juanito se fue un día, hace ya tiempo, tranquilo y con mesura, igual que vivió. Todo quedó entonces algo más triste, la tierra, el río, las plantas…

Si alguien alguna vez me pidiera que describiera las virtudes del vasco navarro, sin dudarlo sólo le diría, "Juanito el de Gaisparro".

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