08 febrero 2011

EL CABRERO

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Hoy lo he vuelto a ver, como en un cuadro costumbrista, apoyado en su pedestal de madera, su zurrón verde botella y su gorrilla desteñida por el marcar del viento. Como casi siempre, percibe más que mira, se adapta al lento pasar del tiempo con su quietud apacible. De sus labios, un críptico silbido hace entender al turco que preste atención al desvarío de las nuevas chivillas, mira al horizonte y el cielo le dice que pasara frío, que la tarde vendrá mojada por Zaframagón. Sigue mascando el cinojo que hace de cigarillo mientras echa las cuentas de las mañanas y la tardes que quedan hasta la próxima paría. El ruido de una cencerrada lo despierta del letargo y con un casqueteo de dientes y un gutural soniquete avisa al macho murciano que hoy no es día de saltos ni coqueteos. Mira al sol alto sobre la sierra y le avisa que “la hambre” manda. De la alacena de su zurrón ataja un pedazo de queso, un puñado de aceitunas prietas y un bollo de blanca miga que, entre trago y trago de Vallejo basto y diez puñaladas de albaceteña, darán paso al dulzor de la naranja pelada a puño. Mientras come, conversa con su silencio, mirando de rato en rato el trasiego del rebaño sentado en su silla de arenisca y sombreado por una chaparra vieja, ennoviada hace dos lustros con un rayo que no le trajo otro querer que la pérdida de dos ramas y un tatuaje negro de pura quemazón. La tarde se echa pronto y el camino es largo, sin pensárselo dos veces ni ser tiempo de sesteos templa un nuevo silbido y la reata de perros alerta al cabrerío de que se acabó el hierbeo y la vuelta es presta. La verea lo espera, la sombras se alargan, chispea en el carril, el cielo no miente y, mientras la venilla de tierra discurre junto a la carretera, un pitido mecánico inunda sus oídos y como siempre, pues su herencia se lo manda, saluda primero y mira después sin saber si es amigo o conocido quien con su estampa se cruza, como manda el protocolo del campo, de la honradez y del saber, que el saludo no se le niega a nadie. Dice “condios” al coto, mañana será otro día, caliente, templo o frío, el cabrero volverá a la comunión con las dehesas, los riscos, los olivares y las vereas.


Atentamente;

El niño Gilena

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