07 febrero 2011

De amigos y lealtades.


Como bien sabes, amigo mío, siempre fui gran amante de esos leales compañeros que son los perros. Desde que era muy pequeño, mi gran ilusión era tener un can a mi cuidado y mis sueños infantiles estaban las más de las veces protagonizados por uno de ellos. Era por eso, que siempre que en el barrio aparecía un perro callejero, en seguida lo hacía mi amigo y disfrutaba dándoles de comer y llevándolos con migo, pues sentía que me unía a ellos un lazo ancestral, qué nace en algunos de nosotros como un profundo instinto y sentir personal.No hace falta que te diga, cuanto he disfrutado con su compañía y como he intentado siempre devolverles toda la amistad que me han dado siendo incapaz de hacerles daño bajo ningún concepto. Por esta razón, cuando he perdido a alguno, mi corazón se ha sentido verdaderamente afligido y he sentido su perdida como la de un verdadero compañero.
Pero hay situaciones, en las que debemos tomar decisiones drásticas, aunque esto nos rompa el alma. En ocasiones, debemos elegir lo que sea mejor para el perro y para nuestra familia y tenemos que saber ser responsables y actuar en consecuencia.
Hace unos días, cuando mi pequeño amigo, seguramente llevado por los celos y su miedo por perder nuestro cariño y su posición en el grupo, mordió levemente a mi pequeña Daia, me di cuenta de que sólo había un camino para él y aunque eso me rompiera el corazón, tendría que hacerlo sin vacilar.
Hoy mi corazón sigue acongojado por lo que tuve que hacer y quiero ahora traerlo a este rincón para que nunca se me olvide y para que quede en mi recuerdo y en el de aquellos que lo conocieron y que incluso tuvieron que aguantar sus ladridos o sus reclamaciones de caricias y juegos.

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