08 octubre 2011

UN OTOÑO MORONERO

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Mientan en los partes radiofónicos televisivos y en los almanaques de vírgenes y santos patrones que en llegando la fecha conocida del 21 de Septiembre, el largo y caluroso verano deja de llamarse de esta guisa y pasa a apodarse "otoño". ¿Otoño?, ja, ja, poleá, como diría mi abuela.

El otoño, estación desconocida por estos lares, es más bien un veranillo sesteado de menos calores en las tardes y las mañanas, por mengua de luces de sol, donde se sigue bebiendo en búcaro, se sigue migando el gazpacho y las sandías se compran de tres en tres al precio de una en una.

El otoño, lo único que nos trae a estos pagos es la vuelta al colegio de los zagalillos y zagalillas, eso sí, con polito de manga corta y pantalón de lo mismo. El otoño nos cambia poca cosa, quizás una graná de postre, las propagandas del Lidl reboloteando por las aceras, la Virgen de Gracia en la calle, la ausencia de cigüeñas en los campanarios y algún turronero pregonando a grito partío o a micrófono abierto su mezcla de mieles y almendras en duras o blandas tabletas.

Así que, por mucho que el tío de las castañas se emperre en dejar La Carrera llena de zahumerios, el tiempo está más pa chochitos y cervecitas glaciales que para los calientes frutos de los castaños de Ronda.
Y para seguir con el nobiliario emblema de decir "los de Morón como son son", yo propongo que en los almanaques moroneros hagan constar que, por mucho que lo digan solsticios o equinocios, aquí el verano dura desde Mayo a Noviembre y al que no le guste, pues eso es lo que hay.

Atentamente;

El niño Gilena

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