06 noviembre 2011

De un personaje de Morón, Antonio Teréñez.

Quiero saldar una pequeña cuenta que contraje con mi amigo, el Niño Gilena y también conmigo mismo, pues hacía ya tiempo que quería hablar de un personaje qué fue de Morón muy conocido y por este que escribe muy querido, pues era mi tío, Don Antonio Teréñez. Nos dejo hace unos años, pero estoy seguro de que mucha gente, sobre todo de mi edad y mayores que yo, podrán recordarlo.
Era Teréñez un hombre que se hizo a sí mismo, de la forma que solían antes los hombres, con tesón, trabajo duro y perseverancia. Gran profesional en su campo, titulado como delineante, podía darle mil vueltas a muchos ingenieros y arquitectos, tal era la cantidad de conocimientos que atesoraba y como prueba de ello, sólo te diré que en Morón, cualquiera que necesitara consejo en tales áreas, no dudaba en buscar a Teréñez.
Era Antonio un hombre culto, forjado por la incansable lectura de infinidad de libros, de los temas más variados. Gran amante de la música y apasionado hasta el artazgo de nuestro flamenco. Incansable viajero, recorrió medio mundo cuando la mayoría la gente no iba más allá de las playas de Cádiz. Desde de la U.R.S a la China más comunista, desde los países de Sudamérica a las naciones de Europa, recorriendo también toda España, llevando con gran orgullo su pasión por Andalucía y Morón, dejando siempre muy claro cual era su origen y raíces.

Pequeño de estatura, enjuto y pobre de carnes de tanto sobrarle nervio, vicioso de maneras y gran gesticulador al hablar de pura pasión y empeño que ponía en las conversaciones, de cabeza pequeña y escaso pelo, cubierto siempre con la boina. Encorvado sobre los pasos rápidos de sus pies, que parecían ir independientes del resto del cuerpo, se le podía ver de su casa en el Arrecife, al Pozo Nuevo o la calle Nueva.
Moderado en el comer y beber, gustaba de tomar alguna San Miguel con tapa en casa Manolo, frente al sindicato, de donde elogiaba los callos con tomate, tan del gusto de las gentes moroneras. Raro era el sábado que no subía, a la hora del bermut, a disfrutar del aperitivo y encontrarse con algún viejo amigo, que los tuvo de lo más florido de la Villa. Bético como era hasta las canillas, gozaba de conversación que elogiara a su Betis y si era posible meterse con el Sevilla y su afición.
La verdad es que poca gente he conocido con tan vastos conocimientos en arte, cultura y costumbres de Andalucía, siempre elogiando nuestra particular forma de usar el castellano, de nuestra habla andaluza, que él defendía como seña propía de identidad que debemos defender y conservar.
Muchas cosas aprendí de Antonio Tereñez, no sólo en el ámbito profesional, pues mi vida profesional es fruto de lo que me enseñó, sino también y más importante, el amor por lo nuestro, por nuestra cultura andaluza de la que me enseñó a sentirme orgulloso por ser mis raíces.

Valgan estas letras, como póstumo agradecimiento y reconocimiento, que quizás sirvan para que vuelva su persona a la memoria de aquellos que estas lineas lean, teniendo en el recuerdo aunque sólo sea instantáneo, a Don Antonio Teréñez Orellana.

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