09 febrero 2010

De ventas y ventorrillos




Recuerdo a mi padre siempre, siendo aficionadillo a emplear los sábados por la mañana a salir al campo a la búsqueda de espárragos, tagarninas o caracoles, según la época. No solía ser un recolector brillante, aunque nunca le faltaba alguna buena manita o buena red de caracoles. De todas formas, esto de la recolección no dejaba de ser un pretexto para hacer algo en lo que pasar la mañana del sábado y así aprovechar también para hacer alguna visita a un par de ventas o ventorrillos, según las que hubiera por la zona.
Muchas veces salía yo con mi padre al campo y al igual que él, me aficioné a los mostradores de campo y carretera, ya que mientras él se tomaba su vinito, yo solía salir a jugar por alrededores de la venta.
Entre venta y ventorrillo había una sutil diferencia, pues mientras en la primera cabía la posibilidad de comer alguna buena tapa y degustar mejores caldos, pues eran éstos como un bar del pueblo o la ciudad, pero llevados al borde de alguna carretera, los ventorrillos eran básicamente casas del campo donde se aprovechaba la circunstancia para ganar algún dinero con un par de vasos de vino, alguna cerveza y algún sano producto de matanza.
Los ventorrillos que mi padre frecuentaba, eran aquellos en los que la especialidad de la casa eran la morcilla de asadura, el chorizo y el lomo en manteca, las aceitunas con ajo, algún tomatillo “picao” y los mejores caldos el vallejo y el botellín.
La decoración era en todas del mismo plante. Barra de formica, antigua cámara frigorífica de madera, las sillas de la Cruzcampo, el fogón, los almanaques y cuadros con bodegones de caza. También colgados de la pared, tras la barra, las morcillas y chorizos, calabazas secas, las “papas” fritas de “la perdiz” o “la bandera” y el expositor de navajas “el ancla”. En la fachada, bajo la parra, el anuncio de Pepsi-cola o la Mirinda con forma de tapón y el cartel luminoso de cerveza “Estrella del Sur”.
Y así entre vallejo y botellín, morcilla y morcón, los parroquianos se iban solazando tras una mañana de caza, de esparragueo o simplemente de ver pasar el tiempo en una mañana de sábado y de esta forma frecuentábamos la venta Espartero, ventorrillo de Pozo Amargo, Guaira, venta El Paloma, Santa Elo, la Liebre, ventorrillo Elvira y otras tantas qué ahora no puedo recordar.
Seguramente ahora quedarán ventas y ventorrillos, aunque muchos habrán evolucionado hacia lugares de mejor comer.
Pero yo sigo añorando aquellos ventorrillos con olor a vino rancio y a leña de olivo, a aguardiente y a aceitunas con ajo, a campo, a tomillo y romero. En definitiva a olores de antaño y de recuerdo.

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