25 marzo 2010

Semana Santa

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

-¡Niño, ponte los calcetines nuevos que el que no estrena en domingo de Ramos…¡

Querido pueblo, así empezaba la Semana Santa en mi casa. Siempre de la misma manera, estrenando un pantalón los años que fue bueno y un par de calcetines los que no tanto.

Todo eso era la previa de escuchar a la banda de cornetas y tambores de los Salesianos, hacer de estandarte para la primera cofradía o, como se dice aquí, procesión que se asomaba a tus calles, La Borriquita, pues nunca me ha gustado conocer el pomposo y rimbombante nombre con los que los muy cofrades llaman a sus hermandades. Prefiero ese fervor popular, esos niños con palmas y caras descubiertas que, de la mano de sus padres por su extrema pequeñez, acompañan al que en vez de entrar en Jerusalén sale de la Iglesia que la Marquesa de Sales tuvo a bien donar a ésta, tu villa.

Llega la tarde y con ella unos nazarenos de blanco inmaculado preceden a un cautivo y resignado Cristo que, visto desde la distancia por su madre encarnada en la palabra más corta y bonita de nuestra lengua: “PAZ”, se resigna al destino que viene presto.

Lunes, la hoy rica y distante de la antigua Hermandad del Calvario pone en tus calles ese gran barco de misterio colmado de figuras en la representación del sacrificio realizado por un buen hombre, el cual es observado por su madre en la distancia, portadora del “MAYOR DOLOR”, la pérdida del más querido.

Martes, llega la seriedad, y cargado en hombros de nazarenos sin capirote, la Buena Muerte después del suplicio es mostrada ante el recogimiento de tus parroquianos. Atrás, entre medios silencios de músicas de capilla, es seguido con “AMARGURA” y el dolor de quien sabe no volverá a ver con vida a su hijo.

Miércoles santo, sin saber cómo ni porque la historia da atrás un paso y ante algo tan arraigado en nuestra tierra como un olivo, un Cristo en recogimiento medita y ora el porqué de su destino mientras, como cada año, se cumple el milagro de si saldrá sin rozar en el dintel de la pequeña puerta la alegre Virgen del “LORETO”, escoltada por el fervor de las gentes de San Francisco.

Jueves tarde y el cachorro moronés asoma su último suspiro a los congregados en la Iglesia de la Compañía. Detrás, la verde “ESPERANZA” encarnada en gloria suspira por un hijo perdido y llora la amarga escena que le precede.

Madrugada, ya se abre la puerta, ya está la sombra en el penitente limón que, como cada año, espera al Señor de Morón. Subirá la amarga cuesta una vez más mientras la luna en el castillo, cual saetera eterna, lo guiará como faro distante en el balcón de su pueblo. En la distancia, los “DOLORES” de pena encarnada en madre y acompañada en esta mala hora por un Juan que, señalando, indica la pena de su dolor.

Viernes Tarde, Blanco de pura muerte y en la urna recogido es mostrado a los presentes entre dolor y recogimiento. Las”ANGUSTIAS” de ver en su regazo muerto aquel que un día parió, es compartida por las Hermanas de la Cruz que, desde sus celosías, rezan con fervor por su Cristo yacente.

“SOLEDAD”, soledad de último día, soledad de pena y ternura, soledad de paso lento, soledad de mirar atrás, soledad de Virgen María, soledad, solo soledad.

Domingo de Resurrección, solo queda la cera en los lomos de la calle nueva, solo queda el recuerdo de chicotás y mecías. Solo quedan los ecos de cornetas y tambores y un niño que juega en un banco de La Carrera con una bola de cera derretida.

Todo empieza y todo acaba y después de esta gloriosa representación de belleza, música, olores y colores, el hermano en cofradía vuelve a ser primo lejano, el capataz de paso retorna a manijero sin fortuna, la mujer fervorosa de mantilla guarda su limosna en faltriquera que no saldrá hasta el año próximo y la que alumbra por promesa seguirá rezando a ese Cristo o a su madre por mejorar al nieto o marido mientras guarda su blanca vela en el cajón de la cómoda.

Atentamente;

El niño Gilena

No hay comentarios:

Publicar un comentario