30 marzo 2010

De las rondas de tasca

Hoy, repasando las cartas de mi amigo, “el niño Gilena”, fui a dar con los recuerdos del paladar, donde con gracia y soltura relata sus ágapes itinerantes por los caminos tasqueros de Morón.
Recordar las cosas de Morón y no hablar de sus bares y tascas, sería perder parte de nosotros mismos.
Al hilo de esto, te cuento, como hacía yo mi particular ronda de tasca, que fue siempre acompañado o buscando a mi padre, el cuál desde que tengo uso de razón fue fiel peregrino de esos caminos y frecuentó los rutinarios senderos de la fe a Dionisos.
Así acompañaba yo a mi padre con bastante frecuencia. La primera parada, solía ser el más cercano, el bar Stop. Recuerdo de mi época de infancia, que la calle aún estaba sin asfaltar y el amarillo albero daba color a las tardes de verano, cuando “Manolo el del bar” salía con una manguera a dar un “regaito” y colocar las mesas, esas mismas mesas donde al venir el frescor de la noche, los parroquianos vendrían a degustar la escueta carta, de la que eran reinas la pavía de pescada y gamba, el pepito, los huevos con mahonesa, los huevos con anchoa y los caracoles.
Como mi padre no fue nunca de mucho comer, se solazaba simplemente con un vaso de “vallejo” mientras yo tomaba mi Mirinda y la bolsa de “papas” La Bandera.
Luego, solía mi padre seguir la derrota de Cocheras Reunidas, hacia el bar Sierra, donde recalaba artillado aún de dineros, por lo que era frecuente que me pidiera un platito de menudo, qué era entonces como ahora, una de mis pasiones gastronómicas y aun tengo en mi paladar aquel gustillo picante.
Con semblante alegre mi padre y con gustillo picantón yo, enfilábamos luego la calle Perez Cerralbo, abarloados a la sombra de la Jumbo si el sol castigaba y buscando recalar en el quiosco Albarreal, qué por aquella época su propietario era Albarreal. Allí dejaba a mi padre en su tertulia de vallejo, tomate con sal y olor a celtas, mientras yo jugaba en la gran terraza, rodeada de balaustres y parterres.

Muchos otros bares visité con mi padre, incluso luego, cuando ya no iba a su zaga o de la mano, sino cuando ya me hablaba como a uno más de la tertulia.
Ahora la lejanía que el tiempo nos arroja como una pesada piedra y la distancia que la vida provoca, evocan en mí aromas y sabores, olores de tasca de vino viejo y guisos caseros, luz de atardeceres cálidos en los rumbos perdidos de tus calles, puertos de tertulia y amistad que son tus bares.

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