14 abril 2010

DIAS DE "ARRADIO"

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

Hoy quiero confesar contigo de porqué esa afición mía a la “arradio”. Sí y digo “arradio” pues creo que por tus lindes, en mis tiempos de mocedad, el vocablo pronunciado era más de esa forma que de la correcta. Pues como te decía, desde que tengo uso de razón, ese aparatejo, hijo natural de Don Guillermo Marconi, ha estado rondándome por una u otra razón.

De lo primero que recuerdo de ella fue una voluminosa Radiola de madera, de esas en las que venían marcados los diales de radio Londres, París o Helsinki, en las que cual estampa costumbrista, a la taurina hora de las cinco de la tarde, mi madre, mi abuela y alguna vecina hacían corro con sus agujas de croché y su madeja de hilo para escuchar la interminable y melosa historia de Lucecita. No puedo olvidar, pues son inseparables, las melodías que servían de eco en la zapatería remendona de "Arroyito" que, después de encender la luz de la asesoría, lo primero era poner la radio, eso sí ,sin cambiar de dial y en un tono que se sabía que estaba encendida pero sin poder comprender o entender lo dicho, como si fuera una voz cerebral de las que cantuñean: haz o no hagas esto. Y qué decir de la cotorrera radio reloj siempre sintonizada en la barbería de Polito, recordando cada minuto el paso del tiempo cual si fuera clepsidra de agua. No se me podían olvidar las dedicatorias radiofónicas que se cruzaban entre familiares y vecinas los días señalados en Radio Morón, dedicando canciones del maestro Valderrama el día de la comunión, del Dúo Dinámico para el cumpleaños o de Jeannette para el Día del Santo.

Lo bueno llegó un día en el que, por mi primera comunión, un tío "agüelo" mío, natural de Morón pero afincado en Vigo y con el noble quehacer de vivir de una meiga 20 años más antigua que él, me regaló mi primer transistor Philip. Qué gran día para mí, pues ahí empezó una amistad intensa, una gran compañía para ratos de soledad, una inmejorable maestra y un sentimiento de ya no estar solo pues con el solo movimiento de la ruedecita, canciones ,noticias, relatos e historias eran dictados para mí en cualquier hora o lugar.

En fin, de aquellos años y sobre todo de aquellos programas, tengo gratos recuerdos que siempre van ligados a un momento de mi vida o a un tiempo de la misma, teniéndole gran deuda a La Saga de los Porretas, Pedro Perico y Periquín, Diego Valor, etc., que hicieron más llevadero el tiempo que permanecí en la cama aquejado del tan consumido mal de una caída de bicicleta que casi me deja una hermosa cojera, o de las tardes de domingo que, por imitación de los mayores, pasaba el día que no iba al cine agarrado al carrusel deportivo con sus goles, "uis" o penaltis. Eso sí, ya por entonces colocaba el primer periférico del cacharro: una gomita del pelo para sujetar bien las pilas.

También pase ratillos de miedo con el programa Historias, que hacía de las noches de los sábados y del cuarto que compartía con mi hermano de improvisado castillo de Carpacia o de la más lúgubres de las catacumbas de París.

Con la pubertad llegaron mis amigos: los cuarenta principales y los cascos para ir todo el día y por todos lados tarareando canciones de Alaska, Mecano y los hombres G, y sobre todo mi afición a los programas de misterios, fantasmas y sustos en general. Y así caminando, caminando, llegamos a nuestros días en los que mi antigua amiga o, quizás amante, es imprescindible en el transcurso de sus 24 horas como si fuera marcapasos de mi caracol, yunque y martillo.

Por eso mis más agradecidos pensamientos van en el día de hoy a Don Guillermo Marconi, por haber creado con su inteligencia una amiga noble y leal que siempre está ahí para informarnos, hacernos soñar con sus melodías o simplemente apaciguar nuestra soledad siempre que la necesitemos.

Atentamente;

El niño Gilena

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