06 agosto 2010

DE LOS DIAS DE PISCINA


Ahora, amigo mío, cuando el calor nos atenaza y agobia, como es de natural en verano, veo a la gente huir hacia tierras más frescas, organizar viajes a lugares lejanos o el que menos, pegarse unos buenos días de solaz en el correspondiente chalercito con rica piscina privada. Entonces me viene a la memoria aquellos tiempos en los que apagábamos el tedio del verano con remedios caseros y a lo más que aspirábamos, era ir a los ríos y charcos a darnos un chapuzón. Algunos afortunados podían ir a las playas de Matalascañas o Cádiz, pero en aquella época de los 70 y 80, eso significaba un gran trabajo de logística.
Pero las más de las veces, las salidas de remojón eran a la piscina pública, que Morón, desde que tengo uso de razón, era una de las mejores de la zona, por no decir la única.
Ir a pasar el día a la piscina, era cuando menos una odisea que comenzaba el día anterior, pues de víspera se preparaba todo lo que se iba a necesitar. Por aquel entonces, raro era la familia que comía en el bar, por lo que todo el condumio era llevado desde casa. Por eso entre los pertrechos piscineros no podía faltar la nevera, repleta hasta arriba con el vino Savin, la casera y los botellines de Estrella del Sur, también la media sandia y el melón. No faltaban las fiambreras y tarteras (que no tapperware) llenas a rebosar de filetitos empanados, tortilla de “papas”, pimientos fritos y huevos duros, las “papas aliñás”, “el picaillo” y como no, alguna latilla de mejillones y berberechos, para picar con una cervecilla.
Por supuesto, para soportar semejante avituallamiento, a la piscina se llevaba una mesa de camping, o dos, acompañadas de sus correspondientes sillas plegables, para mayor comodidad del padre, la madre y la abuela. Todo esto, junto con las toallas, los flotadores de los niños y la radio, la “Supercampera 60” con pilas nuevas, era cargado el maletero del “Cuatro latas”, el “2 Caballos” o el “850” y curiosamente cabía todo.
Para la hora de abrir, ya estábamos en la cola de las taquillas y así todos cargados íbamos desfilando toda la familia por aquella rastrojera que osaban llamar césped, buscando un buen sitio de sombra de cañizo, donde poder instalar el campamento de la ONU.
Luego, felizmente y con gran algarabía saltábamos al agua. Los más pequeños a la “chica” y como mucho a la “mediana” y a la “grande” los más intrépidos adolescentes.
Y así pasábamos el día de piscina, entre chapuzón, juegos y comida dominguera.
Ya a última hora de la tarde, volvíamos a casa, cansados y chamuscados como chicharrones, pero felices y contentos de haber pasado toda la familia, un día de piscina.

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