12 diciembre 2010

EL ANAFE DE ORO

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

No habiendo llegado a la cincuentena el siglo que nos dejó, en tiempos de mucha hambre y pocos dineros, Don Miguel Cala González, una vez licenciado del servicio militar y habiéndose doctorado en hostelería en la bodega "Los González", tuvo la feliz idea para todos los que apreciamos el buen yantar, de instaurar enfrente del mercantil de los casinos lo que me he permitido en bautizar como "el anafe de oro moronero".

Con nombre sin gran pomposidad ni boato y utilizando el diminutivo de su gracia: “Miguelito”, empezó despachando cañeros de vino blanco con aceitunas por tapa, con una terna de lujo como Barea y Juan "el caracol". Esto, unido a un saber hacer, añejo en formas y costumbres, fue forjando con el discurrir de los años lo que todo buen moronero que se precie tiene por bien a saber y es que desde esa capillita blanca y limpia como una patena que es su corazón y cocina, los mejores manjares de este pueblo son trabajados con cariño y devoción por unas manos antiguas, sabiendo dar tiempo, amor y el avío que se merezca a lo mejor de sus platos.

Sesenta y tres temporadas han pasado desde su alumbramiento y seguro estoy que de las mejores alternativas taurinas se han guisado en sus pucheros las colas de los bureles que más grande tarde de maestranza han dado, si no, no me cabe en la cabeza que se pueda apañar un rabo de toro de esa manera. Seguro estoy que si Don Fernando Villalón, que en gloria esté, hubiese comido en este templo culinario un arrocito con perdiz, habría dejado algún verso para que acompañara a los que hoy embellecen la terraza de tan insigne lugar.

No me cabe la menor duda que cuando cada martes santo, el Señor de la Buena Muerte arría su paso en las puertas de esta casa, se alegra desde su soledad de volver a ver, como cada año sus luces apagadas y esa fragancia de pucheros perfumando el Pozo Nuevo, que hasta los olores de incienso se retiran para dejar hacer a tan gustosos perfumes.

Qué puedo decir de la sensación de estar atendido como un rajá por quien ha sabido continuar la tradición de hacer las cosas bien hechas, con elegancia y solera y que hasta el nombre ha heredado como blasón de orgullo de lo más grande de la hostería aruncitana.

Por todo ello, desde este rincón de palabras invito a todo el que le plazca a disfrutar de una experiencia inolvidable frente a un plato de croquetas con Don Miguel en la barra, una buena compañía y Doña Dolores como espectadora de lujo desde la puerta de sus dominios.

P.D.: En recuerdo del que se fue a destiempo y como homenaje de los que han sabido tirar de este carro del buen hacer hostelero.

Atentamente;

El niño Gilena

1 comentario:

  1. Hola yo soy nieta de los dueños de la Bodega González de Moron, me ha encantado verlo escrito en tu blog y que hagas mención de ello. gracias.

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