10 diciembre 2010

SE ACABO LO QUE SE DABA

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Contaba mi madre cómo a Mariquilla "la mohina" le dieron los nacionales un litro de aceite de ricino y le dieron un paseito montada en una rucha por la calle Espíritu Santo, después de haberla pelado al cero para regocijo de los camisas azules, a lo que mi abuela Pepa al escuchar esta retahíla comentaba cómo los rojos habían asaltado los conventos y ultrajado, por no decir fornicado, con algunas de sus monjas y quemado hábitos, crucifijos y a hasta custodias.

Me dirás a cuento de qué te relato estas conversaciones familiares, pues es simple: en estos días no paro de oír estadísticas de cuántas mujeres han sido maltratadas, ultrajadas o en el peor caso, como ayer, asesinadas por su maridos, amantes, parientes o demás apelativos, eso sí, todos con género masculino. Pero lo que más me hierve la sangre, son los epitafios vecinales que se repiten una vez tras otra: "Si es que se veía venir", "siempre estaban peleando", "siempre estaba borracho", "tenía la mano mu larga", y otros comentarios de esa índole. Pero, ¿en qué contribuimos los demás para que esto no ocurra? ¿En cerrar las ventanas para que no se escuchen los palos y lamentos? ¿en pedir resignación y mirar para otro lado?. ¿Quién en este pueblo no sabe, conoce o puede contar mil y un ultrajes realizados de manos de cualquier canalla, maltratador o verdugo, como le queramos apodar? y ¿quién hace algo?.

Amigo mío, seguro que cederías el siento a una señora, o dejarías franco el paso en una acera, o te dirigirías de usted por respeto a una anciana, pero cuando se trata de salvar su vida o aliviar un continuo sufrimiento, nos excusamos con un "cada uno en su casa y dios en la de todos".

En fin, querido pueblo, sírvete de este humilde pregonero para gritar a voz en ristre un "se acabó lo que se daba", unámonos y paremos la mano que castiga por el mero hecho de ser mujer, que no más débil. Sellemos los labios que ultrajan y riegan de sal llagas abiertas por años de insultos, gritos y malos modos.

Atentamente;

El niño Gilena

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