09 enero 2011

QUERIDOS REYES MAGOS

Estimados Reyes Magos de Occidente, por más señas, moroneros:

Espero que al recibir la presente habréis dejado atrás las consabidas agujetas adquiridas del mucho tirar, que no repartir, cosas y caramelos.

Quisiera poner en vuestro conocimiento lo que desde hace algunos años llevo observando y que en esta última presencia de sus majestades por las calles de nuestro pueblo, he podido comprobar. Resulta que, estando yo encaramado al presidencial balcón de la Peña Bética en el mismísimo corazón del pueblo mientras esperaba la llegada del alegre cortejo, empecé a darme cuenta de la poca presencia de infantes y mozalbetes entre la bulla que se formaba a los pies del reloj consistorial. Por contra-partida, proliferaban por acá y acuyá padres, madres, abuelas y abuelos, armados hasta los dientes con paraguas abiertos, bolsas de gran calibre y hasta algún carrito de la compra. Extrañado en suma, seguí observando y fumándome mi cigarrito en el único habitáculo donde todavía me dejan matarme despacito. Cuando la banda cornetera que hace de preludio a la alegre procesión nos regalaba con sus fanfarrias un marchoso “Paquito el chocolatero”, pude vislumbrar cómo entre empujones, manoseos y pisotones del 45, todos los anteriormente mentados preparaban sus pertrechos para recoger el maná con el que las carrozas estaban dispuestas a regarlos. Imaginaos cuál fue mi sorpresa a la llegada de los andantes tronos, al ver que, en vez del riego costumbristas de caramelos, empezaron a llover babuchas de pañeta, balletas de cocina, discos del año “la juana” y toda la tramoya cumplida del bazar de un asiático. Pero ahí no quedó la cosa, la gente allí congregada eferbecía ante el aluvión de mierdeces con los que los duchaban mientras que los pocos niños allí arrimados, escondían sus cuerpecillos por no ser chocados ante la entifada de “todo a 100” que se le venía encima. Arto del esperpento del San Quintín monárquico, decidí ir a regarme con zumos tintos del Duero a la bodega Retamares por calentarme por dentro, ya que la noche venia de Rebequita. En fin, que en estando allí, ante el tercero de la tarde y sin darme cuenta, de nuevo las fanfarrias tronaron el anuncio de la algarabía de la cabalgata. Me asomé a la puerta de la taberna más por tradición que por gusto y ahí fue donde ya me quedé helado, pues desde los tronos altos de Don Melchor se estaban tirando, cual honderos baleares, pelotas de baloncesto hinchadas hasta las trancas, supongo que sería para rematar la faena, vaya a ser que alguno quedase por llevarse un leñazo entre tabletazos de chocolates y pastillas para el lavaplato.

Todo esto que os cuento es para haceros reflexionar si no sería mejor en vez de hacer la gran machada de gastarse hasta diez mil monedas en tonterías para que los mas lerdos del lugar se den de tortas en recoger fruslerías, volver a la antigua lluvia de caramelillos con la que los niños disfruten de su recogida y hagan corro entre las carrozas y dejar el dinerillo que sobra para hacerle regalos a los que en estos años de pocos dineros no pueden regalar a sus hijos más que cariño y una sonrisa.

Atentamente:

El niño Gilena.

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